
Javier Calderón
Qué duda cabe, la música andina es la columna vertebral de todo cuanto ha ocurrido en Sudamérica en torno a esta manifestación intrínsecamente humana. Existen cientos de estudios sobre ella y sus ramificaciones; esa especie de tentáculos que han alcanzado importante influencia en países como Argentina, Chile, Bolivia, Ecuador y Perú. Sobre las características sonoras, llámese escalas, armonías, corrientes, estilos y demás aspectos técnicos, músicos/musicólogos/etnomusicólogos; además de antropólogos, sociólogos y otros profesionales la han abordado en distintas épocas, unos con más pertinencia que otros. El registro de estudios a través de revistas, libros, discos de vinilos, discos compactos se ha ido incrementando vertiginosamente con el transcurrir de los años; así el cúmulo de este acervo, académico – por así decirlo – en las dos primeras décadas del siglo XXI es importante.
Sin embargo, a este propósito, es importante preguntarse, cuánto ha repercutido en el ámbito mundial las inquietudes académicas por esta música que ha menudo ha sido, paralelamente, soslayada. Si bien la producción de libros y el registro de discos, es una tarea fundamental, de hecho, estamos únicamente frente a un eslabón, del cual no hemos sabido despegarnos. Si oteamos el horizonte, son cuantificables a menor escala, las personas que están francamente comprometidas con la música andina, algunos – claro está – inclusive se limitan a la práctica del sicu, para manifestar su interés por esta vertiente, de las tantas que hay.
Allí están los libros y las grabaciones; empero, echarle un oído (hablando del aspecto sonoro) a las tropas de sicus [sikus], tarkas [tarqas], q’aperos [qapirus] o pinqillus [pinkillus], de hoy en día por citar algunos estilos; son notorias las distancias que se han ido extendiendo; tal cual, cuando se pretende medir el diámetro entre el inicio y fin de las cosas. Me interesa hacer esta reflexión, puesto que, noto un espíritu conformista. Aplaudimos estas manifestaciones a partir de un efecto emocional.
Bien. Luego de este pequeño preámbulo, necesario desde mi punto de vista, debemos aclarar que, dentro del mundo andino existen diferentes vertientes musicales, una de ellas corresponde a la denominada Nación Aimara. Los pobladores aimaras que en la actualidad habitan principalmente la zona circunlacustre; tienen en la música uno de sus rasgos de distinción más importante. Desde el uso del charango hasta la práctica de los sicus, tarkas y pinqillus, instrumentos madre de los cientos de estilos que ahora mismo se pueden contar.
Hace algunos años, el Centro Regional para la Salvaguardia del Patrimonio Cultural Inmaterial de América Latina (Crespial), presentó tres discos compactos, donde se registraron algunas de las manifestaciones musicales de distintas comunidades aimaras de Bolivia, Chile y Perú. Los objetivos orientados al conocimiento y valoración de la cultura aimara, creo, se han alcanzado con creces. El disco que corresponde a Perú, tiene registros de las regiones de Tacna, Moquegua y Puno, donde pinkilladas, auki aukis [awki awkis], tarqueadas y otras vertientes, destacan como lo hacen en las fiestas del Altiplano. Vuelvo a decir, más allá del registro veo un vacío, un espacio que es indispensable abordar y está referido a su incursión en la interpretación profesional. Que así sea.
Fuente: Los Andes