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El regreso de Martin Chambi

Cuando uno contempla las fotografías de Martín Chambi, parece que hubiesen sido tomadas hace unas horas. Son un producto diáfano, original, refrescante, no obstante el blanco y negro, o quizás porque supo aprovechar de manera natural el gran contraste y sus matices, sin habérselo propuesto; no como lo hacen algunos fotógrafos contemporáneos que buscan sus mejores resultados en el blanco y negro, exprofesamente.

Chambi trabajó en una época en que la fotografía era el último grito de la tecnología y la única manera de perpetuar una imagen, de modo que había que hacerlo bien, y bastante bien, porque la competencia era grande; había muy buenos fotógrafos, basta pensar en la generación de cusqueños a la que pertenece y en la cual despunta como el sol de julio en Tres Cruces.

Además, que entonces fotógrafo y de calidad, no era un cualquiera. El fotógrafo era un profesional necesario, del cual se dependía para un buen trabajo: el trabajo de la imagen de la persona o de lo que se desea; el fotógrafo, en los mejores casos, pertenece a una élite cultural, es el caso de Chambi, amigo de los intelectuales de la época, Luis E. Valcárcel, J. Uriel García Calderón, Luis Nieto, por ejemplo. Está claro que Chambi es consciente del valor estético extraordinario de su trabajo, de su compromiso con el arte, pese a su humildad de ser humano, humanísimo. Desde muy joven es un expositor renombrado. Las galerías lo llaman y él pone al sol blanco y negro en sus paredes, y destella. Y es un reportero gráfico moderno, reconocido dentro y fuera del país. Eso lo diferencia del caudal de fotógrafos de su época y de su épica, a los que les interesa solo el día a día.

Sin embargo, para llegar a ser distinguido como lo es, y para comprender su largo periplo, hay que ubicarse en una época sumamente difícil, que pudo sortear con su extraordinario talento. Debemos imaginar al muchachito de extracción campesina, hijo de minero, que decide alejarse de la pobreza secular de su valle, antaño conmovido por la gran rebelión de los Túpac Amaru. Valle pobre, pobre entre los pobres. Lo vemos caminar hasta la ruta del tren, en cuántas jornadas, tal vez acompañado de sus padres acuciados en la mina, o de pronto solo y expuesto a la gran llanura altiplánica, donde el sol habla a pulmón roto, escupe sangre, expuesto al abandono de los siglos; y finalmente el tren y sus rieles se ahondan como la perspectiva de una esperanza de vida, que invade al horizonte.

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Y sin embargo su vida estuvo marcada por la estrella de la fortuna, una en varios millones de humanos, el conocer a Max T. Vargas significó el ingreso por una puerta iluminada, una puerta por donde nadie más pasó y por donde nadie más pasaría, una puerta solamente creada para él. Arequipa le fue pródiga como no siempre lo es con los foráneos, y ya en 1917 el hombre está listo para emprender su vida propia, con sus cámaras sobre las mulas de sangre y rocío, que levantan el polvo de los caminos. Primero fue Sicuani y luego el Cusco.

El encuentro de Chambi con la ciudad de Puno, su patria chica, es un amor a primera vista, el ojo del fotógrafo se enamora en cuanto pone los pies en la ciudad, el lente lo delata, el lente habla, sus fotografías lo dicen con claridad, un sentimiento exquisito de primer nivel lo asalta desde el primer latido. Al comenzar la gran llanura, sus depresiones imprevistas, sus habitantes extrañísimos, de trajes y danzas inexplicables; para entonces Chambi es un hombre que ha leído, no es el adolescente hirsuto que abandona el valle, que cruza el páramo, es otro, capaz de comprender a una raza milenaria, a una cultura singular.

En esos años Cusco y Puno son ciudades y campos sacudidos por la violencia y al mismo tiempo por la doctrina y la prédica del indigenismo maduro, en las haciendas y en los ayllus los gendarmes y los policías derraman la sangre del indio como si fuese el agua bendita para a consagrar las propiedades de las que se han apoderado a bala. Chambi nos muestra con brillo el sistema feudal que aqueja al Ande, tiene el lente para exultar a su pueblo, no teoriza ni maldice, se pone en positivo y positiva sus placas inmortales, desde ahí construye una imaginería que los años reconocen cada día. Sin euforia ni cinismo sino con un orgullo secreto de su sabiduría. Pensar que los indigenistas no influyeron en Chambi, sería una ingenuidad, y que él mismo no sea un indigenista; sin pertenecer a logia o cenáculo o movimiento, si no por su propia cuenta. Sería como cerrar los ojos para reconocer este inmenso e intenso testimonio, esta crónica sangrante, sin escándalo.

Lírico es el encuentro del fotógrafo con el lago, de inmediato descubre su prístina belleza, descubre al gran espejo y a sus habitantes remotos como quien descubre seres que solo se ven en el sueño, como a una melodía de Mozart que invade y perfuma al ambiente. Estoy seguro que Chambi, dentro de las seis mil o catorce mil o veinticuatro mil placas de su archivo, tiene muchísimas que estas treinta y cinco que generosamente su nieto Teo ofrece; materia para una investigación exhaustiva donde podrán encontrarse verdaderas joyas, como el diablito o el moreno, danzarines que hablan de la prosapia y antigüedad de la danza puneña.

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Algunas de estas fotos son, o están, como si se hubieran sido tomadas en la mañana de hoy, la iglesia de Lampa, el Ayarachi, el tocador de sicu, detenidos en el tiempo; en cambio algunas otras son documentos etnográficos e históricos de gran interés, recordemos que Chambi hizo al menos tres visitas importantes a Puno, con intervalo de varios años, y en cada oportunidad volvió a sus motivos conocidos, transformados por el tiempo.

El regreso de Chambi a Puno, uno de los diez fotógrafos más importantes en la historia de la fotografía del mundo, en estos días, es un acontecimiento singular, que debe ser aprovechado puntualmente por los estudiantes, disfrutado por los mayores, y analizado por los docentes; saludado por quienes comprendan que la única manera que los pueblos se desarrollan es a través de la cultura, porque el desarrollo implica al ser humano interno y no solo al sistema económico, mecánico. La vida y la obra de Chambi son un paradigma de supremo esfuerzo y belleza telúrica, natural, que fundamenta a lo estético y a lo nacional, al mismo tiempo.

Mario Vargas Llosa en 1990 lo adscribió a un exclusivo club de peruanos universales, junto a Garcilaso Inca de La Vega y César Vallejo, donde además tendrían que integrarse Arguedas, Ribeyro y el mismo Varguitas, pero esa es otra historia. Lo cierto es que Martín Chambi, además de hacerse universal, lo hace con la pequeña aldea sobre el hombro, donde nació, Coasa, una de las más más importantes en el mapa de la pobreza del Perú actual.

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Harthley Vela

¡Hola! Soy Harthley, orgullosamente puneño y apasionado por la riqueza cultural de mi tierra. Me formé como Administrador de Negocios Internacionales y actualmente dirijo Vive Candelaria, un espacio dedicado a celebrar la Festividad de la Virgen de la Candelaria y el maravilloso folklore puneño. He tenido el honor de ser reconocido por el Congreso de la República, la Municipalidad Provincial de Puno y la Federación Regional de Folklore y Cultura de Puno por mi labor en proyectos como InfoPuno y la Asociación Cultural Brisas del Titicaca, donde he trabajado para promover nuestras tradiciones a nivel nacional e internacional. Este blog es un homenaje a Puno, a sus danzas, su música y sus misterios. Mi objetivo es conectar con personas que comparten el amor por el folklore y transmitir la magia de nuestra herencia cultural. Si amas las tradiciones de Puno tanto como yo, ¡te invito a descubrirlas juntos!

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