Apoteosis Aimara en Ñapa Querata (Rosaspata – Huancané)
Por: Javier Calderón
En aquella casa de campo, a la intemperie, el desayuno está servido. Acompañan el nutrido itinerario los sicuris Huarihuma de Rosaspata. Entre el vaivén del viento y el frío matutino, la jornada ha empezado. Somos más de veinte. Avanza la mañana, debemos partir, tomar ese camino que se pierde serpenteante entre piedras y árboles. El sol que proyecta sus primeros rayos es inclemente con los aventureros, los que se han juntado a propósito del denominado tour literario, actividad organizada por gestores culturales de larga data. Están poetas, historiadores, educadores, músicos, artistas plásticos, fotógrafos y algún entusiasta admirador de todos ellos, yo.
México Chico –así le dicen a Rosaspata–, en esa mañana de febrero, nos espera con los brazos abiertos; su gente es bondadosa, hombres y mujeres nos dicen con su blanca sonrisa, bienvenidos a esta su casa. También están las autoridades del pueblo, ellos han preparado rosarios de rojísimas cantutas, que a continuación lucen en nuestros cuellos, nos han ataviado de ponchos huayruros e intercambiamos abrazos y apretones de manos, símbolo de hermandad.
Arriba el cielo es azul y en la tierra a paso firme continúan su paso los aventureros. Una voz se alza al viento y describe uno a uno los detalles de ese maravilloso paisaje serrano; distingo nítidamente los pajonales que parecen sostener entre sus finas ramas, pequeñas estructuras pétreas, esos escondrijos de minúsculas criaturas que conviven con nosotros, en este planeta.
Nuestros ojos divisan en los cerros frondosos eucaliptos, a su sombra se refugian vacas y ovejas, también llamas y más allá están las pequeñas casas de adobe con techos de calaminas, esas que a la luz del sol se proyectan como estrellas gigantes, cuyo resplandor ilumina el paisaje de Ñapa Querata. Complementa el sorprendente escenario, una música que parece brotar de las entrañas de la tierra, distingo una simbiosis musical: tarkas y sicus, entrelazan sus notas, ese “trenzado” atípico estremece mis entrañas y comprime el corazón.
Avanzamos cientos de pasos más y llegamos a la casa de Pio Chambi, un amigo a quien conocí en la ciudad de Puno. En la mesa de piedra, el almuerzo está servido, su familia es muy amable y ahora compruebo de dónde venía esa música fantástica. Así con el mejor marco musical que uno pueda pedir, literalmente nos lanzamos sobre los potajes andinos.
Cuando la tarde languidece y todos hemos llenado el estómago; para coronar aquel día, se da paso a un pequeño programa, donde los poetas declaman, los músicos tocan y cantan sus canciones; los Huarihuma invitan a bailar y todos estamos unidos como en una sola comparsa, el conjunto de tarkas prolonga la fiesta, una apoteosis aimara.
Del regreso, es mejor prescindir de los detalles, son esos momentos en los que uno comprueba cuán miserable suele ser el tiempo con los buenos días; ya es de noche y no hay luna que acompañe el camino a casa, es mejor cerrar los ojos, y aprehender en el corazón, aquel día en Rosaspata, en Ñapa Querata y atrapar en la memoria los plañidos sicurianos de los Huarihuma. Hasta siempre.
Fuente: Los Andes
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