Historias

La historia de Mónica, la “condenada”: la leyenda urbana del sur de Arequipa

Arequipa

Como en tantas charlas familiares, en algún momento escuchamos las historias de nuestros abuelos, padres o tíos y, eventualmente, alguna anécdota de terror sale. El miedo invade por momentos, pero luego entendemos que es una simple leyenda y nos olvidamos de ella. Sin embargo, hay algunas que nos marcan y no podemos sacarla de la cabeza por cómo es contada. Una de ellas, si eres arequipeño o tienes algún conocido de esa ciudad, la conoce, y es la de Mónica, ‘La condenada’.

Te imaginas andar por la calle con tu motocicleta y de pronto ver a una joven hermosa. Intercambiar palabras, en un acto caballeroso llevarla a su casa y al día siguiente enterarte de que esa mujer ya está muerta. Que la persona que estaba atrás de ti nunca existió y que, en realidad, conversaste con un alma. Eso le sucedió a Bernardo en Arequipa.

La historia de Bernardo y Mónica

Bernardo era un joven arequipeño que salía a divertirse o pasear por la ciudad con su moto y regresaba en horas de la madrugada a su casa. En la una de las tantas noches, el apuesto muchacho tomó la ruta que daba con el cementerio de la ciudad para llegar a casa. En el camino y a varios metros, observó a una mujer con vestido blanco y con una figura física envidiable.

Ambos se saludaron y Bernardo vio una mirada angelical, una mujer atractiva, de rasgos finos y con una figura llamativa. Aun sin saber sus nombres, ella le pidió ayuda para llegar a su casa. Él, por el horario y en una muestra de caballerosidad, no se negó y le pidió que suba atrás. Además, le preguntó qué pasó y por qué estaba tan tarde en la calle. Ella subió, pero no le dijo el motivo.

Subió a la moto, empezaron a conocerse antes de avanzar. Ella preguntó por el nombre del chico y al escucharlo le dijo: “Bonito nombre, yo me llamo Mónica”, mientras sonreía y le tocaba la mano derecha. Bernardo sintió el tacto de la mujer y se sorprendió por lo fría que estaba. “Pareces un cadáver”, le dijo él, al mismo tiempo que le ofrecía su casaca de cuero. Mónica se la puso y empezó el recorrido a su casa.

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A los minutos llegaron a la casa de Mónica. Ella bajó e intentó devolverle la casaca a Bernardo, pero él dijo que no. “Me sentiré culpable si te resfrías. No te preocupes, mañana regreso por ella. La muchacha aceptó y le dio un beso en la mejilla para despedirse.

Ansioso e ilusionado por verla otra vez. El joven esperó el día siguiente y antes del mediodía partió nuevamente a la casa de Mónica para recoger su casaca y, tal vez, entablar una nueva conversación. Tocó la puerta y la atendió una señora mayor por la ventana. “Si joven, ¿Qué desea?”, preguntó la mujer enérgicamente. Bernardo respondió que venía a buscar a Mónica, pero se quedó pasmado con la respuesta.

“Usted mismo lo ha dicho, ella traía el cuerpo frío. No pierda la esperanza, su casaca la encontrará en el cementerio, en el pabellón Benedicto XIII, número 1416, y el saludo usted mismo se lo dará. Le garantizo que esta noche, a la misma hora, la podrá ver en la puerta del cementerio, siempre estará con su vestido blanco y su mirada angelical”, sentenció la mujer y cerró la ventana.

Bernardo quiso quitarse las dudas y fue al Cementerio General de la Apacheta. Tal cual, como describió señora, su casaca estaba en ese pabellón. Además, verificó el nombre de la muchacha en el nicho, que estaba acompañado de la foto de Mónica, tal cual como la había visto la noche anterior. Lleno de escalofríos, el joven salió en su moto del cementerio sin dirección alguna.

Según cuentan, el joven terminó despertando aturdido en el Hospital General varias horas más tarde. Luego de varios días, desde la ventana de un quinto piso vio a Mónica entre las plantas y árboles y decidió lanzarse para hablar con ella. Terminó matándose luego de estar ilusionado.

Según relatan, Mónica habría sido una joven que propiciaba constantes maltratos a su madre. En una de las tantas golpizas que le propiciaba, hizo que su progenitora la maldijera. Esta muchacha de rostro fino, piel blanca y hermosa silueta culminó su vida cuando años atrás una tormentosa y apasionada relación la llevó a encontrar la muerte.

Fue enterrada en el cementerio de “La Apacheta” y después de tres meses fallecida, su madre se percató de que la mano de su hija sobresalía de la tumba, mandando a que, nuevamente, la enterraran por encima; lo cual resultó inútil porque tres meses después, volvió a suceder lo mismo.

La mujer, preocupada por el suceso constante, decidió llamar a un sacerdote para que observara el caso de Mónica. Dicho sacerdote bendijo la mano de Mónica y esta no volvió a sobresalir por encima de la tumba. Pero años después la gente que vivía en las inmediaciones del cementerio comenzó a divisar a una joven, vestida de blanco, vagabundeando por el cementerio. Otros señalan que es un mito inventado para llamar la atención turística.

Fuente; Infobae

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